Invitaría a todas las personas
que alguna vez se han reído de la carrera de magisterio a una de las muchas
clases que he recibido durante este primer curso. Con tan solo un toquecito,
cambiarían su forma de pensar. Pero hay que entender el verdadero valor de la
vocación.
No se trata de fijarnos solo en
que a veces hacemos manualidades. Sí, las hacemos y he de decir que revivo cada
buen recuerdo de mi infancia y de que es la mejor medicina para fomentar la
creatividad. Algo que muchas personas ya no usan por diversas razones...
Además, no es algo que hoy día se fomente demasiado entre adultos.
He aprendido a valorar a cada
niño, a ser consciente de que es una cajita de sorpresas que rebosa ilusión e
inocencia. Que te saca una sonrisa con su dulzura.
No solo aprenden ellos de
nosotros, nosotros aprendemos muchísimo de ellos. Y son cosas que difícilmente
encontramos en libros: valores. No juzgan por la apariencia, llevan la
tolerancia por bandera. Entre otras muchas cosas más.
Pero, a pesar de todo, son más
las personas que cada vez que me preguntan qué estoy estudiando, se alegran y
me animan a continuar con lo que me gusta. Y lo agradezco de veras.
El día que vinieron los
pequeños alumnos lo vivimos con mucha ilusión, quitando los nervios y el estrés
del principio, claro.
Al final siempre te quedas con
los mejores momentos que esos niños te han regalado, con sus "seño,
seño" y con los grandes momentos que compartes con las compañeras que has
tenido la suerte de poder conocer.
Ya me daba igual pasearme con un
bigote pintado en la cara por la facultad porque con el simple hecho de ver a
los niños disfrutar y escucharlos decir que les encantaba nuestro espacio, te
das cuenta de que por ellos merece la pena.
"Seño, esto es lo que me ha
gustado más de todo. Pero no me gusta mancharme".
¡Que no desaparezca nunca el niño
que todos llevamos dentro!
Lorena Cazorla
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